Hola!
Hoy vuelvo a dejarles otro relato corto de mi autoría. Este es ciencia ficción, aunque no estoy del todo seguro (podría ser futurismo 😛 ). Se me ocurrió la idea cuando, navegando por Facebook, encontré una publicación en la que comparaban como tres generaciones habían vivido su infancia, siendo estas los abuelos, los padres y los niños. Obviamente el video dejaba una imagen negativa sobre la infancia de los niños de hoy día con la tecnología (cosa de la que ya he hablado en el blog previamente). Dejando mis opiniones al lado, se me ocurrió una historia en un futuro distante (¿o no tan distante? 😉 ), en la que el contacto humano con su entorno y sus compañeros es puramente digital… Espero lo disfruten 😀
PD: Mi próximo relato está en proceso de edición, así que dentro de no mucho lo estaré publicando.
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La investigadora se apresuró a terminar su trabajo. Tenía que enviar los informes que le habían encargado para el día siguiente, pero las ciencias naturales no eran un área sencilla, y su falta de experiencia la limitaba mucho en cuanto a velocidad.
Se había unido a la Gran Junta Científica a los 16 años, bastante tarde en comparación con la mayoría de sus compañeros. Y si bien había cumplido con las expectativas de sus tutores, nunca había cumplido con las de sus progenitores, cualesquiera que estas fueran.
Ellos no sabía quién era, y ella tampoco tenía conocimiento alguno sobre ellos. Pero eso no importaba. Nunca le había importado a nadie. Todos provenían de incubadoras, y sus componentes genéticos eran donados por distintas personas con características favorables para la evolución de la especie. Ella misma había hecho un par de esas donaciones, pero ni sabía ni le importaba quién pudiera surgir de esa unión genética.
Ellos no perseguían una vida familiar o social; en su mundo sólo importaba el conocimiento científico. Crecían aislados en sus Hiper-Cápsulas, las cuales eran controladas por Unidades Lógicas, proporcionándoles todo lo necesario para vivir. Entre sus múltiples funciones poseía un controlador y un monitor holográfico, que eran usados en un principio para instruir a los niños y, tras concluir su educación, para que estos hicieran investigaciones y aportes a la humanidad.
Y así vivían todos: juntos pero separados. Se enviaban correos virtuales, hablaban por tele-comunicador, y hacían investigaciones en grupo recorriendo selvas y pantanos, planetas y galaxias, o complejos organismos y estructuras bio-celulares a través de sus monitores. Pero no conocían los rostros de sus compañeros, cómo se siente un apretón de manos o el calor de un abrazo, ya que nadie se veía en persona porque nunca salían de sus cápsulas. Por cuenta de esto, ni siquiera sabían como se veían ellos mismos; no había necesidad o espacio para la vanidad en ese mundo, tan aislado y enfocado en el conocimiento.
Finalmente decidió que ya había trabajado suficiente por aquel día, y se recostó en su silla, la cual se desplegó convirtiéndose en una cama. De forma automática la Unidad Lógica apagó los monitores y subió ligeramente la temperatura, con el objetivo de hacer más fácil conciliar el sueño.
Antes de dormir se preguntó, preocupada, sobre su futuro. Le inquietaban las consecuencias que pudiera tener el retraso de su informe. No creía que la fueran a expulsar de la Gran Junta, pero de todos modos un retraso era muy mal visto, incluso llegando a ser considerado por algunos como algo carente de ética, lo cual podría costarle caro más adelante. Además, ¿A quién le importaría tener un investigador menos en su equipo? Todos los humanos formaban parte de dicha institución, con excepción de los niños, los tutores y los expulsados, y los equipos de investigación eran constituidos por grupos de cien a doscientas personas, así que era difícil imaginar que alguien siquiera notara la ausencia de una persona. Este pensamiento la agobió, y presionó el botón que había junto a su cama, accionando los mecanismos que liberaron una ligera dosis de Somnogas, que al inhalarlo la sumió en el mundo de los sueños.
La despertó un calor insoportable, acompañado por la ausencia de aire en sus pulmones. Intentó sentarse, pero su cama no se plegó en forma de silla, como solía hacerlo, ni tampoco se encendieron los monitores. Sus ojos le ardían, haciéndola sentir como si estuviera dentro de un horno, y la inutilidad de estos ante la absoluta oscuridad que reinaba en el interior de la cápsula sólo aumentaba el pánico que ya sentía.
Trató de utilizar en controlador a ciegas para detener el infierno en el que estaba, pero todo esfuerzo fue en vano. Con el pánico previo a la muerte empezó a tocar desesperadamente las paredes, buscando algo que pudiera salvarla.
Y entonces sus dedos resbalosos por cuenta del sudor tropezaron con la tapa de un compartimiento que no recordaba. Sin pensarlo dos veces la abrió y con el tacto descubrió que había un único interruptor, e ignorando las consecuencias que pudieran tener sus acciones, haló de la pequeña palanca.
Para su sorpresa, no sucedió nada. Se recostó contra la pared, pues ya no tenía fuerzas suficientes para sostener su propio peso, y dejó que las lágrimas fluyeran, deslizándose por su rostro. Sin previo aviso, un sonido metálico rompió el silencio y la pared cedió a sus espaldas, dejándola car al vacío.
La repentina luz la aturdió, obligándola a taparse los ojos con las manos. Cuando finalmente se acostumbró a la luz del lugar, se sorprendió del paisaje que la rodeaba: una amplia habitación, con paredes verdes y piso de baldosas gris oscuro, y una deteriorada puerta de madera en el frente. Pero lo que más le llamó la atención fueron las estructuras con forma de huevo, que eran unidas al techo y al suelo por varios tubos metálicos y cables de distintos colores. Una de estas, que estaba en frente suyo, tenia una puerta abierta, y de ella emanaba humo negro en grandes cantidades.
Entonces lo entendió: había salido de su cápsula.
Se levantó lentamente, sobrecogida, mientras se abrazaba para intentar detener el violento temblor de su cuerpo. Ni en sus más absurdas fantasías había imaginado cómo se sentía estar en “el mundo real”, pero aunque lo hubiera hecho se habría encontrado con algo completamente diferente.
Una suave brisa proveniente del lado opuesto de la habitación le acariciaba su sudoroso cuerpo, produciéndole un frío que le hacía sentir incómoda. Al voltearse vio que la habitación se extendía varios metros, y al final había lo que parecía una entrada y tras ella, una ventana. La imagen tras esta última logró eclipsar todo lo demás, incluyendo el terror que la situación le producía.
Cada paso le costaba mucho trabajo, pues su cuerpo no estaba acostumbrado al movimiento, pero eso no la detuvo. Cuando finalmente llegó a la ventana, tras recorrer la habitación en la que inconscientemente había estado toda su vida, vio que del otro lado del sucio vidrio se encontraba algo que había estudiado desde que tenía memoria: un bosque.
Recorrió los corredores de la silenciosa construcción sin darse cuenta, como si estuviera en un trance, siempre mirando por la ventana. Pasó mucho tiempo, aunque no habría podido decir cuanto, mientras recorría los deteriorados corredores y habitaciones de la construcción durmiente. Finalmente, por obra del azar o del destino, llegó a la entrada principal. Las dos placas metálicas que se deslizaban horizontalmente para permitir o impedir el paso se encontraban trancadas por una pesada rama seca, manteniendo el paso abierto.
Se detuvo en el umbral. Por algún motivo volvieron a su cabeza los mitos de los Antiguos. Vivieron en un planeta al que llamaban Tierra, un nombre bastante estúpido, teniendo en cuenta que ese planeta, según cuentan los relatos, estaba hecho de muchos más componentes, y que se encontraban en mayor cantidad, que la tierra. Se creían dueños de todo lo que había en su planeta, y utilizando los recursos que tenían lograron construir muchas cosas, pero aún así no pudieron defenderse de una amenaza que salió del fondo de los océanos, la cual nunca fue descrita. Pero estos supuestos ancestros de la humanidad volvieron a su cabeza porque, por algún motivo que no podía entender, solían caminar en lugares como al que ella había llegado, ya fuera para investigar, divertirse, o simplemente “pasar el tiempo”, o si no los recorrían usando unas máquinas a las que llamaban carros, que básicamente eran unas cajas metálicas con ruedas. Sacudió la cabeza. Era absurdo pensar que eso pudiera ser verdad, y si lo fue, tuvo que haber sucedido hace demasiado tiempo, ya que unos seres tan primitivos no podían estar conectados por pocas generaciones a una civilización como la suya.
Volviendo en sí, tocó suavemente el suelo del exterior. La sensación del pasto y la tierra húmeda la sorprendió, y levantó su pie de forma instintiva. Se obligó a bajarlo de nuevo, movida por una curiosidad tanto científica como personal. Era algo agradable. Bajó su otro pie, y finalmente decidió que le gustaba.
Caminó un rato con los ojos cerrados, disfrutando de las caricias del viento, el sonido de las hojas al moverse, y el tacto del pasto húmedos bajo sus pies.
A esta sinfonía de sensaciones nuevas para ella se sumó una fría y húmeda. Al abrir sus ojos se encontró frente una laguna, con agua sucia y varias ramas y hojas en su superficie. Ella sólo había visto cuerpos de agua limpios y cristalinos, y sabía de todos los microorganismos dañinos para el hombre que debía tener, pero su curiosidad superó el miedo, y dio un paso adelante.
Pensó de nuevo en los Antiguos. Ellos solían también ir a lagunas, ríos, mares, etc. a “nadar”, que era básicamente patear y manotear bajo el agua para moverse en ella. Había leído al respecto cuando era niña, y le había parecido gracioso, pero nunca se molestó en aprender demasiado al respecto, puesto que ella ya sabía como moverse en ese terreno; a fin de cuentas lo había hecho miles de veces mediante su monitor.
El agua estaba fría, y sonrió por un momento. Era extraño, pero le gustaba. Dio otro paso, luego otro, y tras este, otro más. Siguió caminando, disfrutando esta nueva experiencia, hasta que sólo quedó su cabeza por fuera del agua. Pero no fue cuidadosa, y al dar el siguiente paso, pisó una piedra lisa, y su pié se deslizó hacia el fondo, mucho más profundo que el lugar en el que estaba.
Involuntariamente abrió su boca, debido a la sorpresa, y con sus ojos abiertos por completo vio varias burbujas elevarse hacia la superficie. Entonces, la asfixia, una muy parecida a la que había sentido en su cápsula, comenzó a agobiarla poco a poco. Por costumbre intentó moverse tal y como lo hacía con su monitor, pero recordó que no estaba en su silla, mirando las imágenes que le mostraba el proyector olográfico.
Horrorizada al comprender su situación, empezó a agitar sus brazos y mover sus piernas, intentando “nadar”, pero todo era en vano: su cuerpo se seguía hundiendo. En el mundo real no era tan fácil.
Continuó su patético intento de volver a la superficie, mientras su vista empezaba a nublarse. Las sensaciones de las que tanto había gozado se estaban desvaneciendo, y moverse le costaba cada vez más trabajo. Se dejó caer, mientras que su pecho convulsionaba intentando aspirar aire, hasta que su cuerpo finalmente tocó fondo.
Y entonces volvió a reinar el silencio en el solitario bosque, mientras que en el interior de la construcción todos los hombres y mujeres ignoraban la desaparición de su compañera. La ignoraban del mismo modo en el que ignoraban cómo sobrevivir en un mundo del que tanto creían saber.